Fui feliz en mi infancia, crecí en Carúpano y me gustaba mucho ir a la playa. Mi mamá siempre ha sido muy amorosa y muy alegre y mi papá es capitán costanero, se iba por un mes completo a la mar y nosotros nos quedábamos con mi mamá, quien siempre nos cuidó. Ella no pudo estudiar, no sabía leer ni escribir mucho pero todos los días al llegar del colegio nos revisaba los morrales y nos ponía a hacer nuestras tareas. Siempre nos motivó a progresar, a salir adelante, a ser profesionales.

Mi papá creció en el campo de la parte alta de Sucre. A los nueve años no había ido a la escuela, y cuenta que un día estaba soñando que iba en un barco y él era el capitán, se despertó y le dijo a mi abuela que lo inscribiera en la escuela. Para ir hasta allá tenía que caminar bastantes kilómetros y mi abuela le decía: “tú estás loco, ¿cómo vas a caminar todo eso todos los días?”, pero él insistió y ella con lo poco que tenía le compró unos cuadernos. Avanzó rápido porque era muy aplicado y además de eso, cuando salía del colegio ayudaba a mi abuela vendiendo arepas en el mercado.

Siempre he admirado a mi papá. A pesar de todas las condiciones que él tenía, se esforzó mucho. Nos enseñó que cuando se quiere se hacen las cosas a pesar de las condiciones. Con su primer sueldo como marinero se compró una lata de leche y chocolate en polvo y se preparó una jarra y otra, porque para él eso era un sueño. Pasó mucha necesidad y se esforzó mucho, va a cumplir 64 años y aún maneja barcos, es un hombre muy trabajador.

Soy casada, tengo dos niñas y soy cristiana evangélica. En la iglesia donde me congrego me dedico a ser maestra de niños entre nueve y doce años, les doy clases acerca de la Biblia, los principios, valores y formas de vivir conforme a lo que a Dios le agrada. Servir a Dios de esta manera enriquece mi vida, me aporta crecimiento y me hace una mejor persona, trabajadora, madre, hija y esposa.

Siempre había escuchado del Evangelio pero de forma muy superficial. Cuando tenía diecisiete años, estudiaba en Barcelona, Anzoátegui, y estábamos pasando una situación económica muy difícil porque mi papá se había quedado sin trabajo. Yo pagaba mi universidad y tenía una amiga cristiana que me ofreció alquilarme una habitación en el apartamento donde vivía con sus padres para ayudarme.

No me cobraban alquiler. Su papá me decía que no me preocupara, que mi papá iba a salir de eso y que en Dios está el control. Me ayudaban a pagar deudas y a resolver sin conocerme mucho, eso me sorprendía y me hacía pensar que tenían algo especial, algo bueno. Descubrí que Dios les aportaba eso a ellos, más allá de que fueran evangélicos. Un día les dije que quería ir a ese lugar a donde ellos iban y empecé a escuchar, a conocer, a entender. Así fue que encontré éste camino, fue como Dios me encontró a mí.

Su palabra me ha aportado crecimiento, me ha guiado y orientado a hacer las cosas de la mejor manera posible. Ese encuentro me hizo ser una Marly diferente que a pesar de sus temores e imperfecciones, se atreve a hacer las cosas sin miedo, porque si tengo a Dios ¿a qué le voy a temer? Mi comunicación con Dios es a través de la oración. En mi casa tengo un espacio en donde aparto un tiempo, me siento, estudio la palabra, aprendo de las historias y converso con Él. Como le hago peticiones también le agradezco por todo lo que ha hecho y hace por mí. Mi oración va naciendo a cada momento, no es algo repetitivo, sale espontáneamente.

Otro momento transformador fue convertirme en madre. Cuando vi a mi hija tan chiquitica, tan linda, mi vida cambió. Me propuse trabajar, estudiar, prepararme más para instruir a mi niña. Cambié no solo para mí misma sino para darme a otra persona.

Una vez que te haces madre dejas las comodidades, dejas de pensar en ti y haces tus planes enmarcados en el nuevo ser que tienes a tu cargo, responsablemente. Ser madre es una labor fuerte pero muy bonita e importante, uno debe disfrutarlo al máximo. Es una satisfacción ver que mis hijas crecen y aprenden cada día cosas maravillosas, que se desarrollan y que a futuro serán mujeres de bien, personas especiales.

Mi esposo es muy especial. No lo vendo mucho, pero ¡uao! es un buen hombre. Siempre me dice que me ama y eso es muy bonito, no solo lo dice sino que me lo demuestra. El hecho de tener a Dios entre nosotros es importante, ha hecho nuestra unión muy bonita. Poder discutir nuestras diferencias y disculparnos, saber que en una relación debe haber perdón, respeto, tolerancia. Compartimos esta vida, compartimos nuestra fe, la crianza de las niñas y es maravilloso. Mi familia es mi mayor felicidad.

Lo que aprendí de mis padres es fundamental en mi trabajo, ser responsable a pesar de las labores de la casa y con mis hijas. Me apasiona mi trabajo, me gusta mucho lo que hago aquí y lo que es esta empresa, los valores y principios que ellos nos enseñan.

Los directivos y gerentes ven el capital humano como lo principal de la empresa, nos valoran mucho. Me gusta trabajar para gente que tiene principios, que te respetan, que te miran a la cara y te hacen sentir que vales demasiado. Eso me motiva a dar el todo, a esforzarme al máximo, a cumplir las metas. Cuando supe que ellos eran así me ocupé de una vez en introducir mi currículum y gracias a Dios estoy aquí. Si estas personas, teniendo la posibilidad, no se han ido y dan el todo por el país, ¿por qué yo no puedo quedarme y seguir adelante?

La gente de Sucre es muy amigable, a pesar de que muchas veces somos penosos, los parianos somos muy serviciales. Lamentablemente, por estar en la costa se ha metido mucho la mafia y es una debilidad de esta zona, muchos jóvenes en vez de estudiar ven el dinero fácil y se han desviado.

En Paria hay muchas cosas hermosas que ver. Hacia adentro consigues las pozas calientes, ¡espectaculares! Sus ríos y sus playas son muy bonitas. Viví en Barcelona, Puerto La Cruz, Caracas y no cambio este lugar por nada, aquí se vive y se respira de forma sana. Si vienes a Paria, no te quieres ir.

Escritura:
Odri Albornoz
Fotografía:
Susana León
Lugar:
El Pilar, Sucre
Fecha:
9.3.2018
Mi oración va naciendo a cada momento.
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