Nací en Caracas pero Carúpano es mi casa, mi papá es de aquí y aquí crecimos. Soy urólogo pediatra, y mientras estudiaba en Caracas me di cuenta de la afluencia de pacientes que venían desde Sucre. Como en Carúpano vive mi familia, decidí venirme. Veo en retrospectiva la cantidad de pacientes y el tipo de patologías que se han podido ir resolviendo y creo que fue una buena decisión.
Mi papá y mi mamá son médicos. En bachillerato recuerdo que agarraba sus libros, estaba sumamente interesada en saber qué pasaba con una enfermedad y cómo se curaba. Muchos intentaron persuadirme pero la decisión de estudiar medicina fue fácil de tomar y hasta ahora, gracias a Dios, pude lograrlo.
Los niños son los seres más honestos y que mejor responden a cualquier tipo de procedimiento. Son más colaboradores, toleran las cosas mejor y es muy satisfactorio ver a los padres felices cuando se resuelve algún problema que tenga su bebé. Es una sensación completamente diferente, sin menospreciar el trabajo con adultos, los niños son niños y de verdad que no los cambio por nada.
Tuve un pacientico que nació con una malformación y muchísimas complicaciones, estuvo al borde de la muerte diez veces. En un mes ameritó doce cirugías, incluyendo una cardíaca. Realmente lo logró. Desde entonces sé que los milagros existen y que uno va pegadito del que está allá arriba para poder hacer las cosas. El amor y la entrega de una madre cuando un hijo está enfermo es indescriptible. En ese momento el paciente tenía dos añitos, ahora tiene ocho. Sus padres y yo somos muy amigos y es maravilloso verlo bien.
Pienso que no hay imposibles. Hay algo que nosotros llamamos encimoterapia, que es estar encima del paciente verificando que todo esté bien, que los exámenes de laboratorio se hagan, que se cumpla el tratamiento, comprobar que la vía esté pasando. Esa dedicación al 1.000% es lo que puede hacer que un paciente pueda sobrevivir, por más difícil que sea la situación o por más compleja que sea la patología, sin esa entrega creo que no valdría la pena nada.
Los médicos muchas veces también somos pacientes. Hace unos años una de mis abuelas se enfermó, empeoró y la atendimos en la terapia intensiva de un hospital en Caracas. A mi mamá y a mí nos tocó dormir sobre un cartón en el piso, ver las condiciones en las que se trabajaba me cambió mucho la manera de ver las cosas, tengo recuerdos horribles, ha sido la situación más dura que me ha tocado vivir hasta ahora.
A raíz de esa experiencia, como médico trato de ser lo más transparente posible con los familiares para que no vivan esas incertidumbres. Intento brindarles todo el apoyo que puedo a mis pacientes y a sus papás para que las cosas fluyan bien. Un familiar que está informado, tranquilo, es un familiar que colabora frente a lo que está sucediendo.
Con los pacientes hay que tener paciencia. Si tienen dudas es bueno que pregunten. La gente no puede salir del consultorio con dudas. Todos estudiamos algo que más allá del tiempo, esfuerzo y sacrificio, lo hicimos porque queremos generar un beneficio a otra persona. Si nos pusiéramos un poco más del lado del paciente, si lo escucháramos más, la atención médica tendría otro nivel.
Saber que hay niños que confían en mí es algo que me hace no desmayar. Mi mayor satisfacción es ver que lo que hago funciona. El deseo de querer innovar, inventar, planificar alguna estrategia nueva para algún tipo de cirugía también me mueve mucho. Ha sido un reto la situación del país porque nos ha puesto a ver hasta dónde realmente podemos llegar, hasta dónde somos capaces de inventar algo que pueda funcionar.
Si tuviera el poder de transformar todas las cosas para que todo funcionara como debe funcionar, lo hiciera. Hemos hecho muchas cosas con muy poco y si tuviéramos más, ¡uao!, fuésemos un punto de referencia mundial.
Para hacer las cosas se necesita el deseo de hacerlas y recursos. Aunque más allá de las ganas a veces tengo que poner los pies sobre la tierra: “Epa, ya va, me va a faltar esto” y tengo que retroceder un poco. Una vez tuve que echar para atrás una cirugía muy grande porque me faltaba nada más y nada menos que la sangre para la transfusión. Por más cuidado que pueda tener en la cirugía, tener el personal y vigilar detalles, sin algo tan importante no me arriesgo.
Mi papá dice que debí ser veterinaria, tengo cuatro perros y si fuera por mí recogiera a todos los que pudiera. La mirada de un perrito es demasiado noble, como la de un niño, es alguien que nunca te va a fallar en la vida. He tenido una gran cantidad de mascotas a lo largo de mi vida: loritos, periquitos, tortuguitas, gatos, conejos…
Teniendo a mis padres cerca, me siento tranquila, los ayudo si les hace falta algo, confían en mí y yo en ellos, sin ellos no hubiese logrado absolutamente nada. Nos inculcaron todos los valores, respeto, sinceridad, empatía, puntualidad. Todavía me siguen dando apoyo, son mi manito derecha.
Sería un sueño tener una unidad de urología acá en Carúpano, donde contáramos con los recursos, los estudios para poder hacer las cirugías, sería fabuloso. Ser un punto de referencia, recibir a los niños y llenar las expectativas de los papás ofreciendo la mejor solución posible. A veces siento que quisiera dar más pero las circunstancias me limitan. Con esta especialidad somos muy poquitos y son casos muy complejos, pero de poquito en poquito, con cada colega aportando algo, podemos ayudar.
Si diez veces nazco, diez veces vuelvo a estudiar medicina. Curar a alguien es demasiado gratificante para mí. Necesitamos arquitectos e ingenieros también, el profesor, el matemático, quién sea, pero si ellos no se sienten bien ¿cómo trabajan? Hay que brindarles bienestar, pues mientras mejor se sientan van a dar lo mejor de sí.