Conocí a Miguel al día siguiente de haber llegado a Venezuela con mi mamá. Mi amor por él no fue instantáneo, hasta los vecinos sabían que me pretendía pero su manera de cortejar consistía en hacerme bromas pesadas que al principio yo no soportaba. Tiempo después el sacerdote de la parroquia diría en plena misa: ¡la mexicana por fin le dijo que sí al español!
Pero voy a regresar al principio de mi historia.
A los seis años me enfrenté, inocentemente, a mi abuelo. Fue en ese momento cuando mi abuela me dijo: usted no pertenece a este pueblo mija, usted será una mujer libre. Este pueblo es muy pequeño para mujeres así. Más adelante me fui a vivir a Guadalajara. México era un país donde reinaba el machismo y eso no era para mí. Yo tenía dieciséis años y habíamos venido por seis meses con el señor César Armando, el jefe de mi mamá. Él también era como un padre para ella, le dio la oportunidad de representar, durante ese tiempo, a la compañía para la cual trabajaban. Al finalizar sus labores en la compañía mamá regresó. Yo no quise volver.
Con la muerte de mi padre fue instintivo proteger a mis hermanos, incluso a mi propia madre. He sido una rebelde en el buen sentido de la palabra. Reté a mi abuelo para que no castigara a mi hermanito y también al quedarme mientras mi mamá regresaba sola al país del que habíamos venido por tan poco tiempo.
Al casarnos, Miguel y yo decidimos dejar nuestros empleos para tener algo propio y trabajar juntos. El señor César Armando nos regaló el carrito con el que comenzamos a vender tacos mexicanos, en un puesto en plena calle. Con el tiempo nuestro negocio fue creciendo hasta que adquirimos este local en el que hoy en día llevamos casi cuarenta años.
Detrás de este mostrador he sido testigo de infinitas historias de amor, de divorcios, noviazgos escondidos, corazones rotos y almas felices. Amistades, tropezones y triunfos. Este no es sólo un negocio, es el punto de encuentro de infinidad de personas y estados de ánimo. De historias que coinciden al momento de la comida. Es mi templo y mi hogar. Tal como crecieron los tacos creció nuestra familia. Llena de sabor y buenas historias. Nunca volvería al pasado, he sido feliz. En Venezuela conocí el mar y en él me siento liberada.