Yo agradezco todo lo que viví en la calle. Desde los ocho años ya pensaba en el hecho de ser papá. De cómo hacer las cosas bien para poder transmitir a los demás algo que los hiciera sentirse bien. De hecho, siempre fui el líder de las pandillas, el capitán del equipo, el más popular. Para mí era la manera de relacionarme con el mundo, con el otro. Entendí que si yo conducía mi vida lo mejor posible, cuando tuviera un hijo, en este caso como ha sucedido con Mirandita, podría traspasar todo esa enseñanza como intento hacerlo con ella. A mí me tocó aprenderlo por mí mismo, papá siempre estaba muy ocupado trabajando. Cuando yo le preguntaba el “por qué” de cualquier cosa me respondía: “porque no” o “porque sí”, sin mayor explicación. Papá es la razón y Mamá el corazón, aunque trabajaron tanto debo reconocer que gracias a ellos, con lo bueno y lo malo de las circunstancias, yo soy lo que soy.

La calle me enseñó mucho. Mamá tenía una mini-tienda en el Bulevar de Sabana Grande donde yo me la pasaba, ella también trabajaba bastante. Me crié en un semi-internado por un periodo corto. Hoy lo pienso y me da cierta gracia, en ese momento fue más bien un poco traumático porque en ese lugar yo era un niño grande entre tantos bebés. Un día se me ocurrió la idea de comprar una nariz de payaso y me convertí en el payaso de la tarde. Yo estaba en quinto grado.

Cuando acompañaba a mamá en su trabajo siempre inventaba algo. Uno de mis primeros negocios fue organizar a todos los niños por pasillo, según las mini-tiendas, tomaba nota de lo que querían comer al mediodía; yo cobraba un fuerte por el mandado, con ese dinero compré una tela blanca de lunares azules y tempera. Hice el montaje con otros niños en pleno bulevar, ¡nos fue buenísimo!, le tumbamos el show a los demás payasos. Mamá ni se enteraba de las cosas que hacía en la calle, para ella yo estaba en la galería paseando, tranquilito. 

Puedo decir que tengo una capacidad de hacer el ridículo demasiado alta, es una sensación bárbara. Una persona reprimida no tiene la capacidad de hacer el ridículo. Cuando eres libre, eres feliz. Si en la calle me pongo a bailar, o correr de repente con mi hija, en ese breve momento, en ese espacio-tiempo soy libre, y eso no me genera ningún problema, no me pongo a pensar si eso está bien o mal, simplemente lo hago. He aprendido que de todo lo negativo se le puede sacar algo positivo, tal como siempre me lo recuerda Miranda. De las experiencias traumáticas, si te quedas atrapado en esa situación, por más terrible que sea por lo que pasaste, no podrás  avanzar, evolucionar, o por lo menos no en la forma que deberías aprovechar. La vida tiene muchas cosas maravillosas.

Para mí la vida es como una venta, tienes que estar analizando lo que pasa a tu alrededor.  Entenderlo, comprenderlo y sacar lo mejor de cada oportunidad. De esta manera puedes traducir al otro lo que tú entiendes de todo el proceso. Creo que hay que aprovechar los recursos que te rodean para lograr ciertos propósitos y así consolidar con el otro puntos de encuentro. Hay mucho que trabajar, yo todavía estoy en eso. A veces quisiera no complicarme tanto. Una parte de mí se complica mucho, sobre todo en soledad, porque cuando se trata de estar acompañado me resulta más sencillo. Me gusta mucho compartir, me refugio en la gente, especialmente en los niños.

En este momento sueño con echar para adelante mi fundación. Si pudiera dedicarme a los niños sería mucho más feliz, porque a través de la fundación quisiera que todos los niños puedan encontrarse a sí mismos. Que descubran aquello que les gusta y puedan ser felices. Las personas felices regalan abrazos y sonrisas. ¿Quién no disfruta un abrazo? Es maravilloso sentir esa conexión. 

Si pudiera transformarme en algo sería como el Ávila, nuestra montaña que es el pulmón de todo. Ser un referente, como filosofía de vida, para muchas personas. 

Escritura:
María Milián
Fotografía:
Astrid Hernández
Lugar:
Los Palos Grandes, Caracas
Fecha:
13.10.2017
Una persona reprimida no tiene la capacidad de hacer el ridículo. Cuando eres libre, eres feliz.
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