Yo nací en Guasimal, ahí crecimos y nos criamos. Después me enamoré del marido mío que es de aquí de La Pica. Tenemos seis hijos, y el mayor ya va para treinta años. La menor tiene ocho años, Nazareth.
Un día estaban buscando personas aquí en la hacienda pa’ desgullá el cacao. Entré por negocio a trabajar. En ese entonces aquí no había nada de esto que hay hoy, eran puras casitas y tierra. Si llovía uno se mojaba todito cuando desgullábamos. Después hicieron las oficinas nuevas, el comedor y el desgulladero, empezamos a trabajar más tranquilos ahí.
Una de las hijas mías casi nació aquí en la hacienda. Un día me dieron los dolores y me llevaron para el centro a parir. Después me la traje de veinte días de nacida para acá. La tenía desde chiquitica, le guindaba una hamaquita con una cobijita entre las matas para mecerla. Ahí ella dormía, y si se despertaba mamaba. Como estaba chiquita pasaba todo el día durmiendo, ella no me molestaba mientras yo trabajaba. Después agarraba, la bañaba y la volvía a meter en su sábana hasta que yo me iba para la casa. Así estuvo, y fue creciendo, creciendo, hasta que caminaba. Ella dio sus primeros pasitos aquí.
Yo siempre trabajé el cacao con mi mamá y mis hermanos. Mi papá tenía una hacienda y desde pequeños lo convidaba a uno para ir allá. Los sábados y domingos mi mamá y mi abuela nos llevaban a nosotros a tumbá cacao y desgullá. Mi abuela nos ponía a toditos como un poco ‘e pollitos a aprender a desgullá. Usábamos el machete para que el corte no llegara al grano. Desde el principio fui buena en eso, nunca me llegué a cortá, ni trabajando en la hacienda. Dicen que yo soy brava pa' picá, que soy la desgulladora de cacao de esta hacienda. Aquí más nadie pica como yo.
De niña le preguntaba a mi mamá que si en el mundo existía un solo árbol de cacao, y ella me decía que no, que también había el Chuao, había el Guasare, el 77, el Porcelana, Canoabo, 61, y así. Pero yo decía eso porque en todos lados de por aquí lo que uno ve es puro Río Caribe. Cuando entré a la hacienda fue que le pusimos los nombres a todos los cacaos. Aquí fue que aprendí a diferenciarlos.
Desde pequeños con mis hermanos siempre tuvimos eso de trabajar. Después mi papá se fue un día con otra mujer y nos dejó a nosotros con mi mamá. Éramos quince hermanos y toditos trabajábamos para ayudarla. Mi mamá ya va pa’ tres años, y mi papá pa’ cuatro años que murieron.
Ahora mi esposo tiene una haciendita también, pero pa’ puro sembrá. Ahí tenemos banana, ocumo chino, yuca, mapuey, maíz. En las tardes vamos para allá a limpiar y sembrar. Mientras uno esté trabajando uno se siente bien, no te da para pensar en más nada.
A mí siempre me ha gustado trabajar sola, por mi cuenta. Gracias a Dios siempre he tenido mi trabajo para dedicarme. Yo le pido a mi Dios que me de fuerza, valor y de todo un poquito para yo seguir trabajando, para seguir manteniendo a mis hijos, sobre todo a la más pequeña, Nazareth. Y seguir adelante. Yo no le tengo miedo a nada, no. Uno le puede asustar que si una culebra, un tigre, pero otras cosas no. Mi mamá decía eso, que uno no tenía que tener miedo, porque eso era cobardía. Que uno debía tener resistencia y fuerza para seguir trabajando. Ella le decía a uno todo el tiempo así. De mi mamá aprendimos mucho, hasta que Dios se la llevó.
Me gusta aprender otras cosas que no sean solamente desgullá. Ahorita estoy aprendiendo a tocar maracas y cuatro, de un hermano que sabe cantá y tocá. Yo pienso que así cuando él se muera por lo menos uno queda con eso que él sabe.
Aquí en la hacienda la señora María Eugenia me ha enseñado muchas cosas, me enseñó un poquito a tejer, pero me parecía difícil, lo hacía mal y lo dejé. También me enseñó de jardinería, cómo se poda y se cortan las matas, cómo se presenta el cacao allá en la fermentación, qué tiempo dura. Siempre es bueno aprender cosas nuevas para no ser tan bruto en el mundo, para tener eso en la mente. Cuando uno aprende algo, después le enseña a los otros.
También en veces cuando estoy trabajando pongo mi musiquita a soná en el teléfono. Me gusta mucho escuchar las corridas de las Hermanitas Calle, que son unas muchachas bien bonitas, o el Grupo Miramar, eso que uno llama raspa canilla. Otra cosa que escucho son las rancheras de la Máquina Pasajera, de Antonio Aguilar. De aquí es bueno el joropo oriental, sobre todo pa' bailar en los cumpleaños y las fiestas. En mi casa yo tengo un equipito y ahí también pongo mi música, pero menos el reguetón ni la salsa, nada de eso me gusta a mí.
Yo no voy pendiente de irme para otra parte, no, a pesar de la escasez. Yo tengo sembrado que si ñame, que si yuca, auyama. O si uno va por ahí, pesca, y siempre se consigue un pescaíto, una cuiba, cocoroba, guabina. Mis hermanas también hacen su casabito con yuca dulce. Muchos se quejan de que no consiguen nada, pero si no siembran, cómo piensan que van a tener algo.