Yo nací para trabajar con los niños, este es mi espacio y lo que me corresponde hacer. Esta es mi vida, y este mi país. No me veo haciendo otra cosa. Es un deber para mí continuar y resistir. Resistir y crear, no pasivamente, hay que resistir de manera activa para que todo se transforme. Lo que yo hago en la Fundación San José, con los niños, se transforma a cada rato. Un precepto fundamental que aprendí en mi casa es el saber dar, porque cuando uno da, todo se transforma en alegría. También aprendí de mis padres a no esperar. Resulta que eso es una lección básica porque de repente la vida te retribuye sin darte cuenta. Para mí el abrazo de los niños es mi retribución, su alegría, sus sonrisas y ser testigo de cómo van avanzando y mejorando es una gran felicidad.

Soy de Caracas, mis padres son oriundos de Paria. A la edad de 30 años me vine con mi esposo y mis tres hijas con la idea de que se contactaran más con la naturaleza y que las niñas disfrutaran de sus abuelitos maternos. Me vine en un proyecto de familia, sin embargo, desde entonces, he trabajado con programas sociales y con los niños. Mi vida siempre ha estado vinculada a la atención de los niños.

Estudié en un colegio donde tuvimos la opción de ir los viernes en las tardes a los barrios de Caracas. A los doce años comencé a ir a la escuela de Fe y Alegría en el barrio de las Canteras de Petare. Tengo 38 años trabajando con niños, niñas y adolescentes. Es un compromiso con mi conciencia y sobre todo con ellos, el poder entregarles lo que yo tengo en mis manos. Nada en la vida se iguala al abrazo de los niños. Es lo más mágico que vivo todos los días. Tengo la energía y la fuerza necesaria nacida de ese abrazo.

Yo llamé a Paria el milagro de mi vida. El oriental es una persona auténtica, generosa, y libre. Lamentablemente aquí los niños viven una enorme necesidad. Cuando llegué a Paria los niños solo contaban con la asistencia de una psicóloga así que desde el primer momento ha sido full trabajo. Llegué a trabajar en varios lugares con el objetivo de prestar servicio como psicóloga a niños y niñas maltratados. Mis tres hijas me acompañan, hemos hecho equipo las cuatro. Siempre hay algo que hacer. Mágicamente siempre aparece un nuevo proyecto.

Paria me sorprende, aunque en un primer momento fueron sorpresas bien agradables, ahorita, por la naturaleza de la crisis, hay muchas sorpresas desagradables. Tenemos un porcentaje bien significativo de desnutrición. Una cantidad enorme de niños con dificultad de aprendizaje producto de la situación sociocultural. Madres que por la necesidad de incorporarse al trabajo descuidan a sus hijos. En general hay unos niveles de pobreza asombrosa. Cuando comenzó el año escolar muchos niños no se pudieron incorporar por falta de uniforme. Hay situaciones como por ejemplo la de una niña que vi cojeando en la escuela, cuando le pregunté a la maestra sobre esa situación me comentó que era porque los zapatos ya no tenían remedio, sus padres los habían reparado tres veces, la suela estaba demasiado desgastada y no se podían reparar más. A partir de esa situación pedí apoyo a mis hijas y juntas logramos, entre varias personas, recolectar uniformes para los niños. Creo que en ese sentido la Fundación es bendecida, toda puerta que tocamos se nos abre. Cada día tenemos nuevas posibilidades de accionar en beneficio de la comunidad.

Sí, hay muchas sorpresas desagradables, es lo que toca y hay que darles respuesta. La vida no es un cuento de hadas, la vida es ella con todo lo que contiene, es la maestra y nosotros vamos aprendiendo. Pienso que la adversidad te da más fuerza porque es un nuevo reto. Estoy conectada con las necesidades inmediatas de la gente. Vivo en función de eso. Mi necesidad más profunda es seguir sirviendo. Yo le pido a Dios que cuando llegue el momento de marchar me lleve de un solo golpe, pero no todavía. Le pido que me de salud física y mental, además de fuerzas para trabajar hasta el último día de mi vida. No planteo retirarme, ni tengo un sueño de vejez. Quiero trabajar hasta que el cuerpo aguante.

Aún me falta por aprender muchas lecciones. La de Eloísa es una importante. Era una india. Ayudó a mamá, a todos mis hermanos y a mí. Mamá le cambió el guayuco por ropa. Trabajó en casa durante 27 años. Mamá trató de meterla en la escuela pero ella decía: “no Maina, no quiero aprender a leer ni a escribir”. Eloísa te olía, te tocaba. Todo lo que decía lo teníamos que hacer porque además tenía el poder de regañarnos y hasta pegarnos de ser necesario. Un buen día Eloísa se casó, de velo y corona, mamá le regaló su casa y todos los muebles. Mamá era de las personas que regalaban todo cuanto tuviera en sus manos, en especial a los más necesitados. Eloísa se fue durante 30 años de casa, a construir familia. De pronto así como se fue apareció un día en Carúpano y le dijo a mamá: “Maina, yo quere vivir a tu lado con mi esposo, pero Maina yo no vengo a trabajá', yo vengo a recibí'…” Y mi mamá le respondió: “tienes razón Eloísa, ya llegó tu tiempo de recibir”.... Ella se sentía merecedora. Llegaba y le decía a mamá: “Maina se me dañó la lavadora”, y mamá le preguntaba: “¿qué quieres Eloísa?” A lo que ella respondía: “No quiero que la arregles, quiero una nueva”. Tenía 40 gatos y tu la veías a ella con sus 40 gatos detrás mientras les llevaba sus sardinas en lata, nada de sardina natural porque decía que eso olía feo. Hace cuatro días Eloísa murió…

Quisiera aprender de la sabiduría de Eloísa: ¿cuándo llega el momento de sentirse merecedor?

Escritura:
María Milián
Fotografía:
Chepina Hernandez
Lugar:
Río El Pilar, Sucre
Fecha:
8.3.2018
Tengo la energía y la fuerza necesaria nacida de ese abrazo.
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