A mis padres siempre les gustó disfrutar de la naturaleza, del camping y los espacios abiertos. Yo recuerdo, desde niño, que no había un fin de semana que no fuéramos de paseo toda la familia a un campo o una montaña. A mi madre le gustaba el mar, mi padre era más afín a la selva. Yo creo que de cierto modo uno se impregna un poco de ese espíritu.

Recuerdo que una vez, como a los cinco años, me pusieron una máscara de buceo, esa fue la primera vez que pude ver lo que había debajo de la superficie marina, desde ahí quedé enganchado.

Definitivamente hay eventos en tu vida que por una u otra razón se te quedan grabados en la memoria y nunca se te olvidan. La mayoría de mis recuerdos siempre están íntimamente relacionados con la naturaleza y el aire libre.

Un día, en unas vacaciones, mis padres fueron por primera vez a la Gran Sabana. Alguien les dijo: “mira, hay un lugar increíble al sur del estado Bolívar, es una zona que está prácticamente inexplorada”. En ese entonces no había ni siquiera carretera de asfalto y la única manera de ingresar era con vehículo de doble tracción. Era toda una aventura. Cuando ya estábamos terminando de subir Sierra de Lema estaba anocheciendo y mi padre decidió acampar en el primer claro que conseguimos. Con los primeros rayos de luz del amanecer, salgo de mi carpa, y cuando pongo el pie afuera me doy cuenta de que no veo absolutamente nada a mi alrededor, era una neblina tan densa en los trescientos sesenta grados que me sentía totalmente desconcertado. Fue una sensación muy poderosa, sentí como si estuviera en otro planeta. Esperé como por diez minutos y a medida que iba saliendo el sol, se fue despejando la niebla y a lo lejos se iban descubriendo ante mis ojos la cadena de tepuyes en aquella vasta sabana. Te puedo decir que esto me marcó de por vida.

Después de eso yo quería dejar la ciudad e irme a vivir a ese sitio. Entonces les insistí tanto a mis padres que así hicimos. Estando allá, nosotros acostumbrábamos salir a acampar, sobre todo con mi padre. Cada salida era mágica. En la Gran Sabana si tú dices: “¡vamos a salir!”, eso implica caminar por largo rato, inclusive por días, e irte encontrando en el camino cascadas, montañas, ríos, paisajes indescriptibles.

Sin embargo, luego de haber crecido en aquel entorno, mi vínculo con el mar seguía latente. Así que, a los diecisiete años decidí estudiar biología marina en Margarita. Eso fue un choque para mis padres, que al principio se opusieron. Mi padre era contador y mi madre abogado, y por cosas de la tradición ellos querían que yo estudiara algo de eso. Pero desde los diez años ya yo sabía lo que quería, mi inclinación siempre fue hacia las ciencias naturales, de hecho me fascinaban los documentales de Jacques Cousteau, conocido como el padre de la oceanografía.

Intenté estudiar abogacía en la UCAB pero al poco tiempo dejé todo, porque sentía como si me estuvieran obligando a casarme con alguien a quien no quería. No me veía haciendo eso. Entonces me decidí por la Oceanografía. Allí emprendí otra travesía en mi vida, una de las etapas más bellas que he tenido.

Eso me brindó la oportunidad de hacer mi pasantía en una estación de investigaciones científicas que tenía la Fundación Los Roques en cayo Dos Mosquises. Estuve un año entero sin salir de esa isla que es un pedacito de tierra super apartado ubicado al extremo suroeste del archipiélago, un lugar único en el mundo. Yo me decía: “¡quiero quedarme viviendo aquí!”.

Allí, en ese aislamiento, aunque relativo porque siempre recibíamos muchos viajeros que venían a conocer el lugar, terminé de comprender que la naturaleza te ayuda a descubrir quién realmente eres, porque solo en situaciones como esas es que puedes saber lo que eres capaz de soportar centrado en ti mismo. Para mí aquel lugar era la descripción terrenal del paraíso, por lo prístino, por su pureza. Lo que hacía que yo me mantuviera internamente centrado estando en aquel lugar tan apartado era contemplar su pureza y saber que, en esencia, yo pertenecía allí.

Alguien dijo alguna vez que una de las cosas más difíciles que hay es ser fiel a uno mismo. Ahora que tengo un hijo y una familia, lo veo con más claridad, porque si yo fuese lo más fiel a mí mismo creo que estaría todavía en aquel lugar, viviendo esa vida. Quizás son etapas que vas cumpliendo y decisiones que vas tomando, que no son sacrificios, porque hoy en día vivo en la ciudad, amo y agradezco profundamente la familia que tengo, pero sigo conectado con todas esas vivencias, y vuelvo a ellas con cada escapada que hago con mi esposa y mi hijo a la naturaleza. Afortunadamente a mi esposa, que es biólogo, también le encanta esto, y mi hijo que tiene trece años, es como una extensión nuestra en ese sentido. Esa es mi vía de escape, pero hacia mí mismo, donde puedo encontrarme conmigo cada vez que puedo. Yo creo que cada quien siempre busca la manera de volver a sí mismo todas las veces posibles.

Escritura:
Alexandra Cona
Fotografía:
Astrid Hernández
Lugar:
Country Club, Caracas
Fecha:
23.5.2017
La naturaleza te ayuda a descubrir quién realmente eres.
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