Cada cacao es un universo. Cada uno tiene su propia huella, es único en cuanto a colores, formas, texturas. Aunque dos cacaos sean del mismo tipo, uno nunca va a ser igual al otro. Claro que tienen patrones que definen la variedad, que distinguen un Ocumare de un Río Caribe, pero cada fruto es único en sí mismo.

Yo busco entre cada uno el más representativo. Voy por aquel que tiene los colores más vibrantes, el que creció más bonito, el que tiene más equilibrio entre los grumos, todo eso. Así yo selecciono los ejemplares. Sin embargo, la idea tampoco es sacar un modelo perfecto como hacen las máquinas, para después reproducirlos igualitos por series.

Cuando tú vas a la naturaleza del cacao ves aquella mezcla de colores locos, que por lo general no deberían de encajar pero los ves ahí mezclados. Eso me impresiona. Lo que pa’ uno es reglamentario, pa’ Dios es como él quiere. Por ejemplo, puedes ver en un fruto que se complementan de forma natural el violeta con el verde. Entonces, ¿cómo haces tú para que de una manera suave ellos mezclen, para que encajen sin que se vean que están separados? A veces cuando te acercas, te das cuenta de que el mismo color verde de un fruto natural en realidad tiene tantos pigmentos, tantas mezclas y matices que no es verde, verde, sino una mezcla de tantos colores. Lograr eso en la pintura es un trabajo.

La gente me pregunta: “¿tú eres creador o imitador?”. En cuanto a esto del cacao, pienso que el creador es Dios. Yo lo que hago es tratar de imitar a la naturaleza. Pero eso es un don de Dios en mí, la sensibilidad y la pasión por hacer las cosas. Para mí Dios es artista, porque quién puede crear con tanta perfección toda esa naturaleza que nosotros vemos, incluso al ser humano y el enigma de lo que cada persona pueda llegar a ser. 

Mi taller tiene que ser un espacio abierto, yo no puedo estar encerrado en cuatro paredes. Es más inspirador tener la mata de cacao a la mano para cuando quiera ver algunos detalles, acercarme y verlo directamente.

Aquí toda la gente tiene cacao en el fondo de su casa. Es algo común, pero no lo conocen a profundidad, solo saben si es rojo o verde. Entonces por mi mismo oficio me he dado a la tarea de investigar un poquito y de ver otros tipos de cacao. Cada día tengo más pasión y más necesidad de investigar. Voy a cumplir casi un año desde que hice la primera escultura de estas. Esto ha sido progresivo, pero me ha ayudado mucho el estar en contacto directo con el cacao.

Para dedicarme a esto, en un momento dado tomé la decisión y renuncié a mi anterior trabajo. Yo trabajaba en una empresa de servicios de agua haciendo reparaciones de acueductos, y cuando estábamos en la carretera rompiendo asfalto yo decía: “Ay Dios mío, pero qué hago yo aquí, yo no quiero estar aquí”. Entonces a veces llegaba tarde al trabajo. Me llevaba una escultura hecha a la mitad para ponerme a terminarla allá, y cuando venía el jefe la escondía. Pensar en un lunes era para mí como un calvario. Ya no quería tener que levantarme con el pensamiento de: “Ay no, otra vez tengo que ir para allá”. Otro factor era la rebeldía, porque no me gustaba que me mandaran. Me gusta sentir esa sensación de libertad de que tú haces lo que te gusta, además de que te ayuda a pagar las cuentas. 

Esa decisión la tomé sobre todo porque no quería llegar a viejo y decir: “Si hubiese hecho tal cosa… o por qué no hice esto….”, eso de tener sueños frustrados yo no lo quiero. Hay muchos que no se atreven. Yo veo que hay mucha gente que tiene mucho talento, que pueden hacer cosas mejores y tener una mejor calidad de vida, pero no se atreven. Aunque vamos a estar claros de que la situación económica ahorita es brutal, pero si uno hace su base lo puede lograr. El miedo es lo que los frena y limita. Miedo a afrontar las consecuencias. Yo no le tengo miedo al fracaso porque pienso que es un trampolín para buscar hacer las cosas mejor. 

Cuando no tomamos riesgos nos perdemos de muchas cosas. Por eso yo me arriesgué. Asustao y todo pero lo hice. Creí en lo que iba a hacer. Al principio tuve miedo pero lo más importante es que me atreví. Me vi en todos los escenarios y aún así lo hice. En la primera semana que renuncié tenía ese debate en mi cabeza: “¿y si le quedo mal a mi familia?, ¿si no salen bien las cosas?”. Bueno, y a partir de ahí fue como una respuesta. Voy y reviso mi correo y veo que me estaban pidiendo un encargo de cuarenta y ocho esculturas, eso fue como una respuesta a la decisión que yo había tomado.

Mis esculturas de repente las ven en una de esas galería finas y la gente puede decir: “¡Uao! Esto lo tuvieron que haber hecho con una máquina muy sofisticada” o “Seguro que es un artista de renombre”. Una vez vi uno al que la dueña del establecimiento le puso un precio que yo me quedé así, sorprendido: “¡¿y si yo vendiera a este precio?! ¡Imagínate!”. Pero esa gente no conoce el origen, no saben que no viene de un lugar sofisticado ni nada, sino que viene de algo rudimentario, natural. Al principio inclusive yo las hacía netamente a mano, agarraba el machete que tengo por aquí, que ahora casi ni lo uso. Después lo precisaba con un exacto, y hasta me rompía las manos, me cortaba, me ponía vendas y todo. Ahorita ya trabajo con guantes y tengo un torno que me facilita un poco el trabajo. Poco a poco me he ido actualizando. Fui, como quien dice, suavizando el trabajo. Para después llegar a la parte de la pintura que es la que a mí más me gusta.

Para mí no hay sugerencia loca ni idea ridícula. Porque resulta que de ahí yo saco las mejores ideas. A veces, lo que a muchos les parece una locura o un chiste, yo me lo tomo en serio, y lo convierto en algo positivo. Aquí vino un día Diógenes y me dice: “mira, si tú haces todas esas figuras chiquiticas ¿por qué no haces un cacaito?”, y se echa a reír. A los días le llevé una escultura de un cacao en miniatura, y le digo: “Aquí está, mientras tú te reías ya yo tenía en mi mente el plan”.   

Después dije, ¿y si hago un modelo grande? Entonces, enseguida vi la pata de madera de una mesa que estaba aquí en la casa, agarré una seguetica, prendí la música para que mi mujer no se diera cuenta, y empecé a cortar un trozo de esa madera. De ahí saqué la primera escultura. Pero no fue fácil, porque era pardillo, que es una madera dura como un hueso. Y lo hice así, de manera primitiva, con un machete y un exacto pa’ precisar.

Cuando le mostré el primer ejemplar a Gerardo ese se enamoró, y él como es tan apasionado con las cosas, me lo pidió.

Ese primer ejemplar tiene hasta sangre en la pintura, porque lo hice con mis primeras herramientas, y sin guantes. Recuerdo que me corté y le cayó una gotica de sangre a la pintura, eso le dió un tono que me pareció adecuado, y por eso se lo dejé.

Para mí, cada día de elaboración es como que fuera el primero porque siempre termino al final del día con mucha gratificación por lo que hago y conmigo mismo. No sé si eso será ego, pero yo creo que cuando uno se siente así por lo que hace, entonces uno quiere hacerlo todos los días y sin pensarlo. Es como que te acuestas esperando que ya llegue el día siguiente para comenzar la jornada con entusiasmo, y eso es constante. Claro que no te voy a decir que he tenido mis desencantos, hay días en los que digo: “¡esto me quedó fue horrible!”. Mi estado de ánimo se refleja en lo que hago. Aprendí que cuando mi estado de ánimo no es el mejor, no voy a hacer nada, porque no va a ser ese el mejor trabajo que yo haga.   

No a cualquiera que salga y me ofrezca un dinero yo me complazco en venderle. Mi trabajo es artesanal, cada escultura lleva el tiempo necesario. Yo sé cuál es mi capacidad diaria de trabajo. Cada trabajo para mí es una identidad. Y no es que no me guste el dinero, porque a todos nos gusta. Pero me entusiasma más venderle a alguien que aprecie el arte, que sea amante del cacao, y que eso sea algo grande para esa persona.

Cuando estoy trabajando, al principio voy como serio, pero cuando ya voy terminando y veo lo que resulta, me admiro con cada escultura que sale. Siempre digo que el día en que ya yo no tenga la capacidad de asombrarme con lo que hago, ese día dejará de tener sentido.

Uno de mis planes cuando renuncié era llevar mis esculturas fuera del país. Pensé en viajar por Latinoamérica a presentar mi trabajo. Después vi que mi primera hija ya tiene siete años y que la segunda va a cumplir dos, todos sabemos que la cosa está fuerte, y yo estando en otra parte pudiera, económicamente, darles más a ellas, pero muchas veces lo que el dinero te da jamás va a cubrir la presencia de papá y mamá, jamás va a suplir eso. Porque por otro lado te perderás algo irremplazable que son los trasnochos, o una sonrisa, un beso de buenas noches de mis hijas. Y eso fue una enseñanza que me quedó de mi infancia. Yo le doy más valor es a estar presente. Porque al final lo que ellas van a recordar es si tú estuviste ahí o no, si le diste un abrazo, si las cargaste en tus brazos, si estuviste en sus momentos claves.

Tú puedes tener pocos recursos pero lo importante es que lo poco que tienes lo uses bien. A veces menos es más. A veces lo más sencillo es lo más acertado. Yo le pongo mucho de eso a todo lo que hago.

No sé si esta naturaleza de Paria y este lugar tan inspirador se pueda encontrar en otro lugar. Pudiera ser, pero eso es algo incierto. Lo que sí te puedo decir es que uno crea su ambiente. Eso depende de ti, tú defines en qué lugar quieres estar y en cuál no. Habrán lugares y personas que nunca van a reunir las condiciones o el perfil de lo que tú quieres, pero tu talento y la forma de ser siempre van a estar contigo donde tú estés.

Escritura:
Alexandra Cona
Fotografía:
Susana León
Lugar:
El Pilar, Sucre
Fecha:
10.3.2018
Yo no le tengo miedo al fracaso porque pienso que es un trampolín para buscar hacer las cosas mejor.
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