Un lugar para reconocer y conectar con el otro. A través de la empatía y la escucha. Cientos de historias de vida de Venezuela y el mundo.
Llegamos y nos instalamos aquí. En el medio de todos.
Donde todos nos encontramos y todos nos parecemos.
Al que se acerca le ofrecemos un guayoyo, una cerveza o hasta la botella de vino.
Nos sentamos y conversamos, sin juzgar.
Porque somos sensibles y libres.
Nos gusta el negro y el blanco, pero sobre todo sus matices.
Y claro, cada uno de los colores.
Nos gusta escuchar, observar y descubrir lo esencial.
Esa esencia que no está en el antes ni en el después, sino en la transformación.
No hurgamos en el dolor. Con la lástima solo alimentamos los egos.
Con el arte se alimenta el alma.
Reconocemos la cicatriz y seguimos pateando calle.
Las ideas convierten crisis en terreno fértil.
Y ahí, no sembraremos flores, sembraremos árboles.
Creemos en la empatía y en los frutos que nacen de ella.
Damos siempre pasos para avanzar. También con los zapatos del otro.
El reto: encontrar las similitudes en las diferencias.
Convertir lo ajeno en un amable espejo de uno mismo.
Enlazarnos como humildes átomos que construyen gigantes.
No seguimos estereotipos ni tendencias de moda.
Celebramos la vida. Y le damos mil oportunidades.
Contamos historias que hacen historia.
Que hacen cultura.
Flores para Venezuela... Y un tecito, también
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